Llevo observando en las últimas reuniones familiares que, a padres, tíos..., en general, hombres jubilados o a punto de hacerlo, les gusta mandar y dirigir a sus mujeres… “ve a por una cerveza al frigorífico”, “lávame esta ropa”… incluso, los más osados se atreven a decir “echa un poco mas de pimentón a las lentejas que salen más ricas”. En este último caso, en particular, estos hombres no han cocinado en su vida, pero debido a su extenso conocimiento adquirido en la televisión o radio o con la lectura de revistas o libros, se creen con el derecho de enseñar a cocinar a su esposa, la cual lo lleva haciendo durante 40 años, y con un gusto exquisito.
Estas mujeres, antes resignadas y sumisas a un rol de “esposa ejemplar”, hartas de “hazme tal”, “vete a cual” o “debes hacer…” contestan a su marido “hazlo tú…”, “vete tú…”. Con este tipo de respuestas, el trabajo personal llevado a cabo por las mujeres y por otros motivos sociales y de lucha, ellas se sienten más liberadas, menos sumisas, mas evolucionadas socialmente y aumenta su confianza.
Todo esto tiene varias consecuencias: ellos se sienten menos queridos, incomprendidos, creen que ellas se asocian para hacerles la vida imposible, etc. Buscan explicaciones a ese comportamiento, de tal manera que ven que todo es en su contra.
Todo esto nos lleva a una situación muy común en nuestras familias, que se traduce a que nuestros abuelos, tíos, padres estén siempre de mal humor y enfadados. Curiosamente, esto ocurre cuando ven peligrar su estatus de “cabeza de familia”. Cuando nuestras madres, tías o abuelas dicen ¡basta! Cuando todas ellas dicen no al patriarcado y a la hegemonía del varón.
¿Y si a nuestros mayores les hubiesen educado desde un ambiente igualitario? ¿no serían mucho más felices?
Texto de alzaElpuño
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